4.- El temple y el estado estético de indeterminabilidad. (Contemplación-indeterminabilidad).
Todo
ámbito de estudio que, partiendo del estado de conciencia base del
temple intermedio, desee desarrollos en bloque de esos estados pasivos
latentes razón-sensibilidad, se sitúa en busca de encuentros con la no
aleatoriedad. Pues cuanto más se alza el bloque de unicidad, mayor es
la conciencia y menor la aleatoriedad.
Este carácter evolutivo es
una capacidad que viene inherente a todo ser humano y puede ser
provocado por muchas circunstancias sobrevenidas, sin embargo, conviene
destacar que tanto el arte, con sus circunstancias sensibles, como la
filosofía, con sus circunstancias pensantes, intervienen de una manera
fundamental con lo que desde la estética, que es filosofía de la
sensibilidad, nos colocamos en posición más que adecuada.
En el
anterior capítulo hablé sobre los cuatro frentes de investigación
fundamentales de las estéticas que pueden actuar con los fundamentos
heredados del método hegeliano de verdad filosófica y que nos abre paso
también a las diversas teorías del arte. Para el presente apartado, me
gustaría aceptar “el prescindir” de cualquier tipo de verdad,
queriéndome hermanar con algunas de las fenomenologías descriptivas
más actuales en ese sentido. Del mismo modo, también desearía
prescindir “el aceptar” cualquier tipo de aleatoriedad, con lo que me
pongo también presto a avenirme, en este sentido, con las ontologías.
El
perfil de determinabilidad de las estéticas nos instruye en el estudio
para nuestra indeterminabilidad, pues no es posible coger camino hacia
lo que pretende lo in-aleatorio si no se sabe qué es y cómo afecta lo
aleatorio. En estos términos, los caminos de la determinibilidad nos
sirven para acotar en grado los diferentes ámbitos de la
indeterminabilidad. Así, el estado de ánimo, por propio conocimiento y
voluntad, puede cambiar de rumbo sin necesidad de obligarlo a los
estrechos pasadizos de la verdad absoluta y determinista o a la
desazonada y amplia realidad múltiple y disipada de cada sujeto.
Decía Schiller:
He
demostrado expresamente que la belleza no produce ningún resultado ni
para el entendimiento ni para la voluntad; que, en sus menesteres no se
ocupa ni del pensamiento ni de la resolución y que sólo proporciona
fuerza a las dos facultades, pero sin determinar nada en absoluto sobre
el uso de esa fuerza. En ese punto cesa toda ayuda de fuera, y la forma
lógica pura, el concepto, tiene que hablar inmediatamente al
pensamiento, como forma moral pura, la ley, a la voluntad.[1]
Los
estados pasivos latentes en ejercicio estético (receptivo), a través
de la obra de arte o de la experiencia estética contemplativa, en
ejercicio artístico (de acción), a través de la obra estética o de la
acción estética sensible, o en ejercicio espiritual (contemplación
mística, de acción y método de las prácticas espirituales) conectan
directamente con la felicidad y todos los estados que eso conlleva,
tales como , armonía, sosiego, belleza, quietud, relajo, paz, etc., que
es un “no corpóreo” lleno de todo, como un despertar de luz. Todo ser
que experimenta esa no-sensación, ese no-pensamiento, está
experimentando la indeterminación, la felicidad completa.
Ese
estado no es algo coyuntural, en el estado de indeterminación hay una
actividad latente de sensación y pensamiento que es dirigida por los
diferentes estadios de la conciencia desarrollada. Por ello,
coincidiendo con Schiller, ni sensación ni pensamiento evalúan, ni
normatizan, digamos que sienten en un estado de pasividad de la
sensibilidad o piensan en un estado de pasividad del pensamiento. En ese
sentido, piensan o sienten en una realidad distinta a la causa y
efecto de la realidad determinada, con lo que está liberada de aquella
ley y de la de aleatoriedad. Con lo que puede sentir y pensar sin
sujeción a tales leyes.
Desde la visión determinada, esos estados
pasivos latentes son sólo aparentes puesto que son fugaces, con lo que
no son reales para ellos, ni verdaderos. Sin embargo, dentro de la
indeterminación, esos estados pasivos son activos, en verdad y en
realidad, porque son reales; no son, en absoluto, ninguna clase de
fantasía. La no sensación o el no pensamiento es negación de
existencia, no obstante, para lo indeterminado es realidad; hay
sensación y pensamiento, pero de otra clase, de la clase que se ubica
enlazada en el bloque del temple. Por eso desde allí no existe lo no
existente, no existe el no-pensamiento ni la no-sensación, porque la
nada sólo existe para el mundo determinado. Por ello en la
indeterminación tampoco existe lo aleatorio, que es ausencia completa
de causa. Y también por todo eso, en lo indeterminado, cualquier
determinación es también inexistente, es pura apariencia. Desde el
prisma de lo indeterminado es al revés, lo determinado es la
apariencia. Así que dependiendo de la realidad en la que estemos,
veremos como aparente su contrario. Ya que dependiendo del estado de
realidad que nos encontremos vemos apariencia, necesitamos reconocer
las diferentes realidades; necesitamos, para evitar el conflicto,
conocer cómo se maneja uno en la determinabilidad y en la
indeterminabilidad, que son el camino de una realidad u otra.
Schiller
llevaba razón en hablar de que la estética era mediadora, pero ahora,
con el conocimiento adquirido, interesa preguntarse: ¿Mediadora de
qué? Si la estética se conforma con ser sólo mediadora de la razón, se
queda coja y vuelve al círculo de lo determinado. Desde luego, nos
interesa que la estética sea mediadora, pero no para que el estado
pasivo sea una fugaz felicidad excusa del ejercicio de la razón y de
las sensaciones en el libre juego de las facultades subyugadas por una,
la razón, o por la otra, la sensación; sino para que la felicidad sea
cada vez menos fugaz y que el estado latente permita que se produzca a
su vez, tanto en sensación como en pensamiento. Sin renunciar a
ninguno de los dos por el primado del otro, sino conviniendo
integraciones.
Cuando Schiller pensaba en la estetización del
hombre para determinar su sensación, hablaba de que el temple debía
abocarse a la ley para su regulación, porque sensación sin razón no
llevaba a buen puerto. Una forma de limitar a las sensaciones bajo el
primado de la razón, de ahí que el temple fuese condenado a ser fugaz.
¿Cómo ha de existir el temple cuando la razón ha de primar e imponerse a
la sensación? De la misma manera, el temple tampoco tiene lugar si la
razón se subyuga a la emoción. El primado de uno o de otro no trae más
que consecuencias inestables para las emociones y para la racionalidad
del sujeto. Eternas luchas infructuosas que no llevan, en definitiva, a
la felicidad. El estado de indeterminación es un estado donde lo
racional está estable con las sensaciones, se experimenta uno sobre el
otro sin intención de gobierno o de incapacidad. Un estado racional que
no esté en equilibrio con las sensaciones, causa un estado de
infelicidad de manera inmediata, desequilibra al sujeto
irremediablemente. De manera inversa sucede lo mismo. Así, si un sujeto
no puede desarrollarse en uno de los ámbitos en comunión con su otra
parte, se le está impidiendo desarrollar su temple, con lo que se le
está impidiendo ser feliz. La adecuación de la parte sensitiva con la
racional, lleva a desprenderse de cualquier prejuicio de una y de otra
parte con lo que, en sus estados particulares interiores de búsqueda
del equilibrio del temple, se desenlaza de todo el universo restante, y
una amplia red de incompatibilidades se abre con el resto del
universo. Es de vital importancia que, dentro del ámbito de la
estética, se convenga un modo de intervenir que integre todo el
infinito universo de particularidades. Desde mi parecer, creo que la
única forma de hacerlo es “determinando” una realidad común para la
indeterminación, pero no con una intención determinista, o determinable,
sino con la intención de que se ubique un territorio indeterminable,
que esté en el legítimo camino de la indeterminación, y que sea de
todos y para todos. Hablamos de una realidad que pueda desarrollarse sin
trabas, y que verifique encuentros que provoquen la unicidad que
necesitamos para construir un mundo mejor, más adaptado y evolutivo, con
capacidad para regularse y para desarrollarse en los términos
equilibradores que los humano necesitamos para el ejercicio progresivo
de nuestra conciencia y de nuestra paz.
El hecho de “establecer”
una realidad distinta a la de los comunes mortales para los comunes
mortales, no debería llevarnos a pensar que somos capaces de
totalizarla como se ha pretendido hacer, con resultados catastróficos,
ya en otros tiempos. Nosotros no podemos totalizar nada desde una
particularidad salvo la nuestra propia. Por convenio universal, que ya
sabemos de esto, podemos, en todo caso, determinar todo aquello que,
por diversas razones de ley y por su determinabilidad, se ajuste a la
necesidad y el entendimiento.
Y en tal escala de valores ha de
continuar. Para poder designar una realidad nueva que no se rija por la
ley determinada y que la respete, sólo ha de ser posible si nace desde
el interior de cada individuo, y en tal situación, aunque
“establezcamos” indeterminabilidad no es determinación. Toda vez que el
sujeto lo experimente, vibra en sintonía con las otras leyes, con lo
que desecha sin ningún problema la ley clásica, y se incorpora a la
nueva. La cuestión importante radica en discernir que la labor de
“determinar” lo indeterminado sólo la llevamos a cabo para que sea
cognoscible desde el mundo determinado, pero no para conocer lo
indeterminado. Esta extraña y paradójica “determinación de lo
indeterminado” sólo habilita la posibilidad para lo determinado pero no
es lo indeterminado. Lo indeterminado sólo puede ser conocido desde la
experiencia íntima y realizable de cada sujeto. Una vez instalado en
el interior, con sensación y pensamiento, podrá translucirse más allá. De dentro hacia fuera. Es ese el camino de la indeterminabilidad, no hay otro. Lo iremos viendo.
En
el transcurso de nuestras experiencias con la conciencia y sus
evoluciones bien pudiera ser que se pudiesen articular algunas de las
leyes conectadas con la realidad determinada y clásica y sus leyes, pero
sólo en manos de las experiencias de muchos sujetos, cabe posibilidad
de que esto suceda; y no que quede sólo en las desacreditadas manos de
algunos “poetas o místicos locos”.
Cuando hablo de
indeterminabilidad, quiero decir que hablo de la posibilidad desde el
mundo determinado de llegar a la otra realidad. En el ejercicio de
articularlo estoy, sin embargo, no es ella tampoco la realidad que
esperamos conocer. La estética teoriza porque interviene y participa
teóricamente sobre los temas relacionados con la sensación y sus
pensamientos, no porque sea ésta, la realidad misma pretendida. La
filosofía es parte del método, pero no es la gobernadora, en toda caso
directora, ya que necesita de otras participaciones. Me viene a la
memoria lo que Max Dessoir dijera sobre que “el filósofo, que quiere
meter las narices en todo”, “sin idea correcta ni un conocimiento
básico de las cosas sobre las que fantasea”[2]
El pensamiento
estético toma conciencia que no puede por sí solo llevar las riendas,
con lo que deja al arte lo que es de su competencia. Arte implica
también teoría así que se admite que, en ese terreno, la estética sea
más amplia que el arte; pero el arte lleva consigo una parte práctica
más amplia que engloba más que la estética. La división entre estética y
teoría del arte es un ejemplo de cómo, cuando se quiere gobernar a
través de un solo medio, en este caso el pensamiento, la sensación
viene por otro lado, reivindicando sus derechos. Poner en común, en
teoría, el juego de las facultades estéticas es una función de la
misma estética, y el arte, como brazo operador que es, viene a formar
parte de la experiencia de toda sensibilidad y pensamiento. Arte no
debe ser obligatoriamente brazo ejecutor de la estética, pero puede ser
si así sea elegido. Toda teoría de la sensibilidad y el
pensamiento es fundamento de experiencia, que es exactamente lo que
busca el arte. Y toda experiencia con la sensibilidad y el pensamiento
es fundamento de teoría, que es lo que busca la estética.
Tal
vez, a estas alturas de nuestra historia, no queramos crear más
guerras, ni inmiscuirnos allá afuera de nuestras fronteras donde
queremos crear gobierno, es seguro que en el intermedio, donde la
práctica se funde con la teoría y la teoría con la práctica, exista una
estética que está en el camino de ser arte y un arte que se encuentra
en el proceso de ser estética. Las diferencias son muy sutiles, con lo
que necesitamos una estética de las integraciones, que sea
capaz de teorizar sobre la práctica de trasladarse de un lugar a otro de
manera que sea reconocible, pero que no anule las identidades. No es
campo de ahora, sin embargo, por su importancia lo menciono. La
estética, en su ejercicio de hacer teoría, desea su práctica con lo que,
aunque suene extraño, ha de bajar su nivel de pensamiento para que pueda experimentar lo que dice y provoque encuentros con el arte. Del mismo modo, el arte ha de bajar su nivel de sensación
para que pueda experimentar en pensamiento lo que expresa, y así
provoque encuentros con la estética. Por convenio filosófico, se le ha
otorgado capacidad general de teoría a la estética y de práctica al
arte, no obstante, eso no debe significar que tanto una como la otra no
participe en su contraria, se estima capacidad con carácter general. De
hecho, con la partición actual de “Estética” y “Teoría del arte”, no
se ha hecho más que entregar más posibilidad práctica a la estética de
la mano del arte, participando ella misma del ámbito de su practicidad.
Teoría del arte se inmiscuye en las prácticas del mismo arte, con lo
que participa activamente de la acción artística, y disuelve algunas
fronteras. Es éste un tema delicado a estudiar, entre otras muchas cosas
porque la estética también haya práctica en la realización que se
produce a través de la experiencia estética, otro desdoblamiento que no
tiene relación directa con el arte.
Las usanzas de cada
disciplina vienen medidas en tanto sus normas generales que la rigen,
lo estético o lo artístico están en permanente proceso de integración
en la medida que las fronteras entre ellas son sutiles y difíciles de
determinar; sus actividades son complementarias y, por ello, complejas a
la hora de organizar autonomías, es por esta razón que, pese a los
esfuerzos que se hagan en una u otra dirección, hayan de conservar y
fomentar sus alianzas, en el permanente encuentro de sus fronteras.
Estos hechos hacen que, en el ejercicio de indeteminabilidad, el
pensamiento y la sensibilidad se acojan a su temple y la actividad
sobrevenida desde cualquiera de las dos disciplinas, de mayor teoría o
de mayor práctica, estén perfectamente compaginadas con el pasivo
latente del temple. El ejercicio de pensamiento estético crece en
sintonía con la experiencia de su sensibilidad, y el “bloque
conciencia” crece sin perder la autonomía propia del pensamiento
estético; en otras palabras, cuando se alcanza el temple a través del
ejercicio pensante que busca su encuentro con la sensibilidad, la
actividad pensante crece en bloque en compañía de su sensibilidad. Y la
sensibilidad, aunque no sea protagonista, se deja llevar, gracias a
su confraternización con el pensamiento, por la actividad protagonista
del pensamiento. La estética dirige pero no gobierna. Y el ejercicio
de pensamiento se activa en un estado de absoluta paz. Desde la
actividad pasiva latente en equiparación sensibilidad-pensamiento, con
su ritmo de unicidad, el pensamiento se dispone a poner la melodía, y
la música se eleva y mantiene la orquesta de la conciencia en un
sostenido estado de realidad indeterminada.
De la misma manera, el
arte actúa. Cuando en conjunción con su temple, el ritmo de la música
de la conciencia desea fluir y activarse bajo las directrices de la
melodía de la sensibilidad, el arte nace. Y la realidad indeterminada
acontece.
Qué maravilla que en los desenlaces indeterminabilidad
de las diferentes actividades experimentadas a partir del temple,
sobrevinieran hermosos encuentros con las otras actividades
experimentadas. Qué dichosas aquellas integraciones donde, en
los álgidos puntos de éxtasis de paz completa, “poesía” quiere
desaparecer y configurarse “filosofía”. O “filosofía” se deja llevar y
duerme cuando “música” le canta los más bellos pensamientos. Qué
agraciado aquel “pincel” que descansa sobre el susurro del
“pensamiento”, y aquel otro “pensamiento” que se desmaya ante la
presencia de ese “pincel” que silba sus más deliciosas cadencias.
“Sensibilidad” se eleva en comunión con su amado y es entonces cuando
“pensamiento” descansa y observa; a la sazón el arte procede en
sintonía de indeterminabilidad. “Pensamiento” habla y se alza cuando
su amada “sensibilidad” escucha tranquila. Toda vez que una calla, la
otra habla, descansan y se activan, y no se cansan. En el hogar de la
indeterminabilidad, la infinitud se hace estable, y el mundo
determinado ya desaparece. Sencillamente no está. Ya no hay
entendimiento clásico, ni leyes que cumplir, ni moralidades que armar
por necesidad. Porque allá, en el mundo de indeterminabilidad, no
necesitamos entendimiento, porque ya es entendimiento, ni ley, porque ya
hay ley propia. Allá, sin ninguna clase de utopía, todo es conciencia,
puesto que la actividad de pensamiento y sensación dependen de ella.
Dependen de su unión. Pero el mundo determinado vuelve, porque quiere
encontrar su cuerpo, su física, su materia, porque desea incorporarse
con los suyos. Entonces habla, y no le entienden, porque el
entendimiento sólo comprende según la ley. Pero aquel que viene del
mundo indeterminado, sabe. Y sabe porque experimentó en conciencia, en
henchida avenencia de sensación y pensamiento. En el estado pleno de paz
y conciliación. Sin guerras, sin gobiernos. Sólo acciones y
recepciones. En estados puros artísticos y estéticos.
No existe,
en el ejercicio de indeterminabilidad, sensibilidad que venga desligada
de pensamiento, de la misma forma que no existe pensamiento que venga
desligado de sensibilidad. Con todo, tal y como ya sabemos, la
indeterminabilidad desea su cuerpo, y se aboca a la determinabilidad.
Aquí es donde lo indeterminable acaba su componenda. Empero, es sólo un
breve descanso, pues todo aquel que conoce la paz, le deja un sello
imborrable y quiere volver a ella. Y tratará de buscarla de nuevo.
En
el trayecto de la determinabilidad, las emociones quieren regir
nuevamente, los pensamientos buscan gobierno, en permanente lucha. Nace
la esperanza hacia lo determinado. Y la ley arropa, menos mal; y se
comprende. El mundo determinado vuelve a reinar, con su aleatoriedad,
con sus nadas. Con sus sufrimientos y sus placeres carnales.
La
estética es maestra que enseña tanto el mundo determinado como el que
no lo es. Por eso en el transcurso de nuestras disquisiciones,
navegamos de un lado a otro, porque la sensibilidad enseña sus
artimañas, y el pensamiento quiere ubicarlas. El pensamiento ha de
entender a su sensibilidad tanto en ejercicio de determinabilidad como
en el de indeterminabilidad. Una conecta con la otra y la otra con la
una, por eso son interdependientes.
La diferencia entre una y otra
define la entrada o salida de una realidad a otra. Si la realidad
determinada se ajusta a su cuerpo, su física o su ley y en tal
sintonía actúa; la realidad indeterminada, se ajusta también a su ley,
a su cuerpo y a su física. Pero no por ello deja de tener cuerpo, ni
ley ni física. Una de las particularidades de la indeterminabilidad es
que el cuerpo humano, aún actuando con sus sensaciones con su
pensamiento, no se aferra a tal o cual pensamiento o sensación. Es
decir, el cuerpo en estado pasivo-latente percibe y actúa todo de la
misma manera que lo hace en la otra realidad, la diferencia fundamental
es que siente y piensa sin aferramiento. Esa cualidad es una
característica que sólo posee la realidad indeterminada, y le permite
conectar con la ley o con el entendimiento cada vez que lo desee. No
sucede al contrario, sin embargo. Es por eso que el abismo indeterminado
es, en realidad, un estado de conciencia más desarrollado. Se debe a
que, en el ejercicio provocado o buscado de paz, la conciencia
despierta y se despliega. No es por casualidad, sino por ley de
indeterminación que eso ocurra. Por eso, sólo en ejercicio y experiencia
de tales estados son comprendidos con plenitud. De ahí que la estética
que busque su propia identidad, haya de acoplar su actividad pensante a
su sensibilidad, aunque sea a costa de renunciar a parte de su
conocimiento. Salvados los escollos, el conocimiento adquirido nunca se
pierde, puesto que la determinabilidad es también propia de estética.
El arte que también renuncia a parte de su sensibilidad en su ejercicio
de indeterminabilidad, tratando de encontrarse con el pensamiento,
provoca encuentros con su la propia actividad que la identifica, no
corriendo el riesgo que muera en su aleatoriedad, o que invasiones
varias acontezcan.
Por todo ello, todo arte o toda estética, que
actúe en ejercicio de indeterminabilidad, en la medida de paz del
temple y sus equilibrios, no sólo encuentra la identidad propia de su
actividad con los respetos debidos a las demás, sino que está
colaborando a que esos demás, sean del calibre que sean, de la cualidad
que sean, puedan también experimentarlo. Llámese entonces a todo ese
magnánimo arte y estética, en producto o experiencia, que exprese paz y
que por tal cualidad produzca el sentimiento o pensamiento desde la
unicidad pasiva y latente de sensación-pensamiento, arte indeterminable y estética indeterminable.
De
la misma forma, todo aquel arte y estética, abocados a la
determinación y que consideren la unicidad pasiva-latente como un estado
fugaz, para nada realizable en el tiempo, llámense a estos: arte determinable y estética determinable.
A
partir de este punto nos abocaríamos a los estudios sobre el producto
arte o las experiencias artísticas, sus particularidades como
indeterminabilidad, y los tipos de sensaciones y pensamientos que
provoca; un ámbito que encuentra su realización en el terreno de las
teorías del arte y las teorías estéticas específicas de la experiencia
estética.
Entraríamos, desde aquí, en el terreno de las prácticas
con sus teorizaciones. La teorización general de las analíticas
estéticas puras, tanto de la determinabilidad como de la
indeterminabilidad, no sólo pueden, sino que deben desarrollarse aún
más; estamos al tanto de su infinitud, pero, por estos momentos y por
lo que a mi motivaciones atañe, la doy por fundamentalmente
finalizada. No nos extrañe, en cualquier caso, que en el camino de las
teorizaciones de las prácticas diversas de arte y de estética, nos
pudiésemos encontrar con fundamentos que amplifiquen las mismas
analíticas generales. Llegados al caso, tendremos a bien, complementar
nuestros déficits o esquivos involuntarios, pues qué mejor añadidura,
complemento en tanto que siempre inacabada actividad estética, que el
“quehacer práctico” que nos otorgan nuestros pensamientos y sentires en
el ejercicio de su experiencia.
Buenas
indeterminabilidades, pues. Sea para esta causa, el mejor de mis
deseos, que es sentimiento en acción, y ponderación sobrevenida de mi
pensamiento-sensibilidad.
[1] F. Schiller, op.cit, p.183
[2] Simón Marchán, (sobre Max Dessoir). Teoría del arte. UNED, Madrid, p.19
Teoría estética de la indeterminabilidad
He decidido sacar a la luz el ensayo filosófico Estética de la indeterminabilidad.
La Teoría de la Indeterminabilidad fue escrita durante mi estancia-retiro en las montañas de Cantabria en el año 2009. Los estudios de Estética que sotuvieron mi investigación fueron realizados en la Universidad de la UNED con los estimados doctores estetas, profesores y guías D. Simón Marchán y D. Jordi Claramonte. Un profundo agradecimiento a ellos.
En la entrada abajo podeis leer el capítulo II, 4
La Teoría de la Indeterminabilidad fue escrita durante mi estancia-retiro en las montañas de Cantabria en el año 2009. Los estudios de Estética que sotuvieron mi investigación fueron realizados en la Universidad de la UNED con los estimados doctores estetas, profesores y guías D. Simón Marchán y D. Jordi Claramonte. Un profundo agradecimiento a ellos.
En la entrada abajo podeis leer el capítulo II, 4
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